Vencer el miedo a la muerte
- Juan M Tavella
- Oct 1, 2019
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Hablando de forma general, quizá el mayor obstáculo en el camino del progreso de la persona es el miedo, un miedo que tiene muchos aspectos, multiforme, contradictorio, ilógico, irracional y frecuentemente irrazonable. De todos los miedos, el más sutil y el más tenaz es el miedo a la muerte. Está profundamente enraizado en el subconsciente y no es fácil de desalojar. Está, obviamente, hecho de varios elementos interconectados: el espíritu de conservación y la preocupación por la autopreservación para asegurar la continuidad de la conciencia, el retroceso ante lo desconocido, la incomodidad causada por lo inesperado y lo imprevisible, y quizá, detrás de todo, escondido en las profundidades de las células, la intuición de que la muerte no es inevitable y que, si se cumplen ciertas condiciones, puede ser conquistada. Pues uno no puede conquistar lo que teme, y quien teme la muerte ya ha sido conquistado por ella. Cómo puede uno sobrepasar este temor? Varios métodos pueden ser usados para este propósito. Pero primero que nada, se necesitan algunas nociones fundamentales para ayudarnos en nuestra tarea. El primer y más importante punto es saber que la vida es una e inmortal. Sólo las formas son incontables, fugaces y frágiles. Este conocimiento debe establecerse segura y permanentemente en la mente y uno debe identificar la conciencia propia tanto como sea posible con la vida eterna que es independiente de toda forma, pero que se manifiesta en todas ellas. Esto da la base psicológica indispensable con la que confrontar el problema, porque el problema permanece. Incluso si el ser interno es iluminado suficientemente para estar encima de todo temor, aún el miedo permanece escondido en las células del cuerpo, oscuro, espontáneo, fuera del alcance de la razón, habitualmente casi inconsciente. Es en estas oscuras profundidades donde uno debe encontrarlo, agarrarlo y echar sobre él la luz del conocimiento y la certeza. Por lo tanto, la vida no muere, pero la forma se disuelve y es esta disolución lo que la consciencia física teme. Y aun así la forma está cambiando constantemente y en esencia no hay nada que pueda prevenir que este cambio sea progresivo. Solo este cambio progresivo podría hacer que la muerte no sea más inevitable, pero es muy difícil de lograr y exige condiciones que muy pocos pueden cumplir. Así, el método a seguirse para poder superar el miedo a la muerte, difiere de acuerdo a la naturaleza del caso y el estado de consciencia. Estos métodos pueden ser clasificados en cuatro clases principales, aunque cada una incluye un largo número de variables; de hecho, cada individuo debe desarrollar su propio sistema.
El primer método apela a la razón. Uno puede decir que en el actual estado del mundo, la muerte es inevitable; un cuerpo que ha tomado nacimiento necesariamente morirá un día u otro, y en casi todos los casos la muerte llega cuando debe: uno no puede adelantar ni retrasar su hora. Alguien que la ansía puede tener que esperar mucho para obtenerla, y alguien que la teme puede ser derrotado pese a las precauciones que haya tomado. La hora de la muerte parece entonces estar determinada inexorablemente, excepto para unos pocos individuos que poseen poderes que la humanidad en general no maneja. La razón nos enseña que es absurdo temer algo que no se puede evitar. Lo único que puede hacerse es aceptar la idea de la muerte y tranquilamente hacer lo mejor que uno puede cada día, hora a hora, sin preocuparse por lo que vaya a pasar. Este procedimiento es muy efectivo cuando es usado por intelectuales que están acostumbrados a actuar de acuerdo a las leyes de la razón: pero sería menos exitoso para personas emocionales que viven en sus sentimientos y se dejan gobernar por ellos. Sin duda, estas personas deberían recurrir a un segundo método, el método de la búsqueda interior.
Más allá de todas las emociones, en las silenciosas y tranquilas profundidades de nuestro ser, brilla una luz constantemente, la luz de la consciencia psíquica. Ve en busca de esta luz, concéntrate en ella; está dentro de tí. Con una voluntad perseverante, con seguridad la encontrarás y tan pronto entras en ella, despiertas a un sentido de inmortalidad. Siempre has vivido, siempre vivirás; te vuelves completamente independiente de tu cuerpo; tu existencia consciente no depende de él; y este cuerpo es sólo una de las formas transitorias a través de las cuales te has manifestado. La muerte no es más una extinción, es sólo una transición. Todo miedo instantáneamente se esfuma y atraviesas la vida con la calma certeza de un hombre libre.
El tercer método es para esos que tienen fe en un Dios, su Dios, y que se han ofrendado a él. Le pertenecen integralmente; todos los eventos de sus vidas son una expresión de la voluntad divina y lo aceptan, no con una mera sumisión calma, sino con gratitud, porque están convencidos de que lo que fuera que les pase siempre es para su bien. Tienen una confianza mística en su Dios y en su relación personal con él. Han hecho una completa entrega de su voluntad a él y sienten su invariable amor y protección, totalmente independiente de los accidentes de la vida y la muerte. Tienen la constante experiencia de estar a los pies de su Amado en una completa auto entrega, o de estar siendo acunados en sus brazos y disfrutando una perfecta seguridad. No hay más lugar en sus conciencias para temor, ansiedad o tormento; todo eso ha sido reemplazado por una beatitud calma y encantadora. Pero no todos tienen la fortuna de ser un místico.
Finalmente están aquellos que nacieron guerreros. Ellos no pueden aceptar la vida como es y sienten pulsando dentro de ellos su derecho a la inmortalidad, una inmortalidad integral y terrestre. Poseen una clase de conocimiento intuitivo de que la muerte no es más que un mal hábito; parecen haber nacido con la resolución de conquistarla. Pero esta conquista implica un combate desesperado contra los ejércitos de feroces y sutiles agresores, un combate que debe ser peleado constantemente, casi cada minuto. Sólo quien tiene un espíritu indomable puede intentarlo. La batalla tiene muchos frentes; es librada en varios planos que se entremezclan y complementan entre sí. La primera batalla a pelear es ya formidable: es la batalla mental contra la sugestión que es masiva, abrumadora, irresistible, una sugestión sostenida en miles de años de experiencia, sobre una ley de la naturaleza que parece no haber tenido ninguna excepción. Se traduce en esta obstinada aserción: siempre ha sido así, no puede ser diferente; la muerte es inevitable y es una locura que pueda ser otra cosa. EL concierto es unánime y hasta ahora incluso los científicos más avanzados apenas se han atrevido a dar una nota discordante, una esperanza para el futuro. En cuanto a las religiones, la mayoría de ellas han basado su poder de acción en la realidad de la muerte y afirman que Dios quiso que el hombre muera ya que lo creó mortal. Muchas de ellas hacen de la muerte una salvación, una liberación, a veces incluso una recompensa. Su mandato es: entréguense a la voluntad Superior, acepten sin sublevación la idea de la muerte y tendrán paz y felicidad. A pesar de todo esto, la mente debe permanecer inamovible en su convicción y sostener una voluntad inflexible. Pero para alguien que ha resuelto conquistar la muerte, todas estas sugerencias no tienen efecto y no pueden afectar su certeza que está basada en una profunda revelación.
La segunda batalla es la batalla de los sentimientos, la lucha contra el apego a todo lo que uno ha creado, todo lo que uno ha amado. Por asiduo trabajo, a veces a costa de grandes esfuerzos, has creado un hogar, una carrera, un trabajo social, literario, artístico, científico o político, has formado un ambiente contigo como centro y dependes de él al menos tanto como ello depende de tí. Estás rodeado de un grupo de personas, familiares, amigos, colaboradores, y cuando piensas en tu vida, ocupan un lugar casi tan grande como tú mismo en tu pensamiento, tanto que si te fuesen quitados, te sentirías perdido, como si una parte importante de tu ser hubiese desaparecido. No es cuestión de abandonar todas estas cosas, ya que ellas, al menos en gran medida, forman el propósito de tu existencia. Pero debes abandonar todo apego a estas cosas, de modo que puedas sentirte capaz de vivir sin ello, o más bien que puedas estar listo, si te abandonan, a reconstruir tu vida sin ellas, en nuevas circunstancias, y hacer esto indefinidamente, pues tal es la consecuencia de la inmortalidad. Esto puede ser definido así: poder organizar y llevar adelante todo con el mayor esmero y atención y aún así permanecer libres de todo deseo y apego, pues si deseas escapar a la muerte, no debes ser limitado por ninguna de estas cosas impermanentes. Luego de los sentimientos vienen las sensaciones. Aquí la batalla es despiadada y los adversarios formidables. Pueden percibir la menor debilidad y golpear donde no tienes defensa. Las victorias que obtienes sólo son fugaces y las mismas batallas se repiten indefinidamente. El enemigo que creías haber derrotado, surge una y otra vez para atacarte. Debes tener un carácter fuertemente templado, una resistencia incansable para poder soportar cada derrota, cada rechazo, cada negativa, cada desaliento y el inmenso cansancio de encontrarte siempre en contradicción con la experiencia diaria y los eventos terrestres.
Llegamos ahora a la más terrible batalla de todas, la batalla psíquica que se pelea en el cuerpo: pues no da respiro ni tregua. Empieza con el nacimiento y termina sólo con la derrota de uno de los dos combatientes: la fuerza de transformación y la fuerza de desintegración. Digo el nacimiento por el hecho de que los dos movimientos están en conflicto desde el momento mismo en que uno llega al mundo, aunque el conflicto se vuelve consciente y deliberado sólo bastante más tarde. Pues cada indisposición, cada enfermedad, cada malformación, incluso los accidentes, son el resultado de la acción de la fuerza de desintegración, tal como el crecimiento, el desarrollo armonioso, la resistencia a los ataques, la recuperación de las enfermedades, cada vuelta al funcionamiento normal, cada mejora progresiva, se deben a la acción de la fuerza de transformación. Más tarde, con el desarrollo de la consciencia, cuando la lucha se vuelve deliberada, se convierte en una frenética carrera entre dos movimientos opuestos y rivales, una carrera para ver quién alcanzará su objetivo primero, la transformación o la muerte. Esto significa un esfuerzo incesante, una constante concentración en invocar la fuerza regeneradora e incrementar la receptividad de las células a esta fuerza, luchar paso a paso, de punto en punto contra la acción devastadora de las fuerzas de destrucción y declive, arrancar de su dominio todo lo que es capaz de responder al impulso ascendente, de iluminar, purificar y estabilizar. Es un conflicto oscuro y obstinado, habitualmente sin ningún resultado aparente ni signo externo de victorias parciales que deben ser ganadas y son siempre inciertas - pues el trabajo que ha sido hecho parece necesitar ser hecho de nuevo; cada paso adelante es, generalmente, hecho al precio de un retroceso en otra parte y lo que fue hecho un día puede ser deshecho al siguiente. De hecho, la victoria puede ser segura y duradera sólo si es total. Y eso toma tiempo, mucho tiempo, y los años pasan inexorablemente, creciendo la fuerza de las fuerzas adversas.
Todo este tiempo la conciencia se erige como un centinela en un foso; debes aguantar, a cualquier costo, sin un estremecimiento de temor o un descanso en la vigilancia, manteniendo una fe inamovible en la misión que debe ser cumplida y en la ayuda de arriba que te inspira y sostiene. Pues la victoria será para el que más aguante. Hay aún otra forma de conquistar todo miedo a la muerte, pero esto está al alcance de tan pocos que sólo se menciona aquí como información. Es el entrar en el dominio de la muerte deliberada y conscientemente mientras aún se está vivo, y entonces volver de esta región y volver a entrar en el cuerpo físico, reanudando el curso de la existencia material con pleno conocimiento. Pero para esto uno debe ser un iniciado.
La Madre (Bulletin, February 1954)
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